LA DERECHA QUE ALIMENTÓ AL LOBO
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Feijóo no cometió un error: cometió una cesión histórica. No dio alas a Abascal por ingenuidad, sino por cálculo. Y como tantos otros antes que él, creyó que podía usar a los bárbaros sin convertirse en uno. Pero el monstruo no se alquila. Se alimenta. Y ahora, devora.
Durante años, el Partido Popular jugó a fabricar una ultraderecha domesticada, útil, que espantara a la izquierda sin arrebatarle el poder a la derecha. Quiso Vox como se quiere un perro de presa: atado, obediente y feroz solo cuando conviene. Pero un perro así no ladra, muerde. Y ahora muerde al amo.
Desde 2018 hasta hoy, el PP ha blanqueado, pactado, gobernado y cedido con Vox en todas las plazas. Andalucía, Murcia, Castilla y León, Comunidad Valenciana, Aragón, Baleares... Feijóo, que llegó prometiendo moderación y consenso, ha terminado replicando la estrategia de Casado con menos carisma y más miedo.
Los datos del CIS son un reflejo brutal de esa derrota moral: Abascal empata ya en valoración con Feijóo. Entre la juventud conservadora, Vox ya ha ganado la batalla cultural. Y entre los votantes del PP, hay quien preferiría que el presidente no fuese gallego, sino vasco, cazador y con camiseta ajustada.
La paradoja es trágica: cada paso que da Feijóo para despegarse de Vox le acerca más a sus tesis. Y cada pacto que intenta evitar se convierte en una hipoteca más que abona a la ultraderecha. Hoy presume de no querer gobernar con ellos, pero ya gobierna con ellos en media España. No hay “línea roja” que no haya cruzado con la excusa de “la aritmética parlamentaria”.
Y, mientras tanto, Ayuso afila los cuchillos y Vox sube en los sondeos anunciando deportaciones masivas y censura cultural. Es la misma estrategia que hundió al centroderecha en Francia, Italia o Alemania. Creyeron que podían frenar al fascismo imitándolo. Lo único que lograron fue desaparecer.
Feijóo creyó que podía competir con Vox sin convertirse en Vox. Pero el espejo ya no engaña a nadie. Cuando elige entre el original y la copia, el votante de ultraderecha no duda.
Y cuando el futuro del país se juega entre dos extremismos —el real y el que lo habilita—, la moderación se convierte en una excusa cobarde para no asumir ninguna responsabilidad. Feijóo no ha parado los pies a la ultraderecha. Solo les ha sujetado la escalera.