SEMBLANZA DE ANTONIO DÍAZ MARTÍNEZ
Por: Catalina Adrianzen (*).
Antonio Díaz Martínez (1933-1986), ingeniero agrónomo y sociólogo rural peruano. Fue asesinado en el penal de Lurigancho el 18 de junio de 1986, cuya matanza fue ordenada por García Pérez.
Nació en Chota, provincia de Cajamarca, tierra bravía, de rebelión, de «macheteros», como dicen, fue el terruño de Antonio. Allí nació un tres de Mayo, Día de la Cruz. Su infancia y adolescencia estuvieron ligadas profundamente a la naturaleza, así como al cultivo espiritual de sus padres. Tercero de la familia de siete hijos, era el encargado del cuidado de los animales de la quinta, de la chacra que sus padres tenían en las afueras de la ciudad.
Estudió Letras y se doctoró en Filosofía, en San Marcos, pero prefirió regresar y quedarse en la pequeña provincia, en su digno cargo de profesor secundario.
Ya en Lima, estudió con las dificultades materiales del hijo provinciano de una familia numerosa. Pero contó con el apoyo de su hermana mayor, y encontró un espacio cálido en la Universidad de la Molina, donde compartió sus estudios, inquietudes y sus ilusiones con excelentes amigos, cómplices de cuitas y confidentes de sueños. Uno de ellos, su inolvidable compañero César Benavides, muerto prematuramente. En el cuarto año de Agronomía, advierte en su certificado de estudios que opta como cursos electivos por Psicología de la Educación y Principios de la Enseñanza, entre otros de carácter técnico. Y al año siguiente, 1957, por Extensión Agrícola, Métodos de la Enseñanza y Prácticas de la Enseñanza. Lo que revelaría, de algún modo, su interés por la educación, que materializará más tarde con el ejercicio de la docencia universitaria.
Fue recluido en el Sexto, donde le tocó vivir situaciones dantescas como la de marzo y otras de 1984, entre los presos comunes y la policía. En sus cartas escribe: «… Hoy ha sido nuevamente otro día de intento, brusco, donde la mugre, el dolor, la droga y la desesperanza se revuelcan frente a un poder reaccionario y violento que no hace nada por cambiar las cárceles; o más bien hace lo posible para que los hombres que han delinquido se hundan más» (Fragmento. 24 de agosto del 84). En junio se refiere a la instrucción que toman en El Sexto «a los 33 inculpados de los sucesos. Los periódicos dicen que yo también estoy inculpado (como supuesto colaborador de los amotinados); la reacción no sabe cómo involucrarme, aun teniendo conocimiento de que yo nada tuve que ver y que, al contrario, mi vida sufrió grave riesgo».
Posteriormente, fue trasladado a Lurigancho. Allí sobrevive al genocidio del 4 de octubre. Días después describe los hechos: «En medio del desorden se levanta el sol; mientras en la montaña un relámpago de fuego» arde victoriosa la G.G.G., aquí en el centro y entraña del monstruo sólo pueden recurrir a la matanza, genocidio y masacre. Dentro de su operativo, la reacción entró a rodear el Pabellón Británico con un tractor para arrancar las ventanas, dinamita para tumbar paredes (estando nosotros adentro), bombas incendiarias, lacrimógenas, urticantes, etc., 100 G.R. bien pertrechados hicieron el ataque; el asedio duró 6 horas. Yo salí casi ileso, pero ya afuera me masacraron los G.R. (si no me mataron es porque ya estaba afuera, pues al final, ellos entraron a rematar a la gente adentro y luego con el incendio que generaron prendieron heridos y muertos)…. Lo emocionante fue cuando, tirados boca abajo los 250 sobrevivientes, mientras los G.R. apaleaban y masacraban, se empezó a cantar nuestras canciones. Demostrando una vez más… que la represión no acalla la revolución, y que sobre los escombros se levanta el orden… Anoche hemos estado en una habitación (cuadra) y allí amontonados hemos pasado la noche. El optimismo, las canciones, la decisión y energía, el entusiasmo y el espíritu de lucha no nos abandonan en ningún momento…» (Fragmento de carta del 6 de octubre de 1985). «… Los dos días que hubo visitas vino mucha gente, hasta de provincias, a ver a sus parientes presos: a algunos los encontraron, a otros no. El hecho es que, de los 50 compañeros que nos faltan, solo aparecen 34; el resto no sabemos adónde los habrán llevado o enterrado. Nos cuentan los que han ido al Británico que está como si fuera un pabellón bombardeado e incendiado. Los murales que los prisioneros de guerra pintaron con el Presidente Gonzalo han sido intencionadamente destruidos, como si se despedazara un mito. Todas las instalaciones que nosotros logramos construir con amor y paciencia para buscar un relativo bienestar, trabajando más de dos meses íntegros, han sido derruidas con ensañamiento en un solo día…» (Fragmento. Jueves 10 de octubre de 1985). «Y el revés que sufrimos se ha transformado en un éxito político por la acción del P… La actitud asumida por la gran mayoría de combatientes ha sido y es la del heroísmo revolucionario. La sangre derramada por los compañeros son rojas banderas tremolantes que convocan a proseguir la lucha; y esta es la decisión de los revolucionarios… Nosotros exigimos el cumplimiento del acta firmada en julio y que consigamos el reconocimiento [28] de presos especiales y otras conquistas …» (26 de octubre de 1985). «…Llevando la pobreza de sus mochilas guerrilleras acentuada por la prisión, pero la felicidad en el rostro por haber conseguido una victoria política, los prisioneros de guerra desfilaban aquel amanecer del jueves 31 camino a una nueva lúgubre ubicación dentro de la prisión. La prensa, la TV, las altas autoridades de «Justicia» observaban entre atónitos, sorprendidos y respetuosos aquel desfile como salido de las entrañas del infierno con rumbo a la esperanza. Así culminó este intento reaccionario por reclasificarnos, separarnos, aislarnos después de 4 semanas de haber matado a 30 de nuestros compañeros y en la creencia de que ese genocidio había mellado nuestra voluntad… actuamos pertrechados de la poderosa ideología de la Clase y poniendo en juego la más alta audacia y la decisión de asaltar los cielos antes de dejarnos aplastar o morir combatiendo, arrancándole lauros a la muerte» (Viernes 10 Nov. 1985).
En prisión, como sus compañeros, no cejaba en la permanente denuncia de la situación de los presos políticos en los tribunales, incluso dos días antes del magnicidio, el lunes 16 de junio (El Nuevo Diario y las revistas Equis y Cambio así lo consignaron).
Y fue abaleado el 19 de junio de 1986, en el genocidio contra los presos políticos de Lurigancho, El Frontón y la Cárcel del Callao, donde cayeron asesinados más de 300 prisioneros, entre obreros, campesinos, artesanos, estudiantes, profesores, abogados, ingenieros, poetas, músicos, pintores. Y en Lurigancho, lo dejaron, con vesania, para el final. No quiero imaginar el intenso dolor que habrá experimentado su corazón, su alma, al ver morir uno a uno a sus queridos compañeros, a esos hermosos combatientes que no cejaron hasta el final, que vencieron a la muerte.